“Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos”
Marie Curie
Es un hecho indiscutible que vivimos en un mundo globalizado y en permanente transformación. Una de las consecuencias de esta globalización es la creciente diversidad humana tanto en territorios geográficos como en empresas y organizaciones donde conviven lenguas, religiones, culturas y, ante todo, formas diferentes de ver, entender y, en definitiva, vivir, la vida.
Cuando pensamos en diversidad, especialmente en el contexto de la naturaleza, resuena de fondo el concepto de riqueza y de vida. La biodiversidad refleja la cantidad, la variedad y la variabilidad de los organismos vivos y constituye la base para el desarrollo saludable y armónico de humanos, animales y plantas. La biodiversidad se encuentra en todas partes, tanto en la tierra como en el agua e incluye a todos los organismos, desde las microscópicas bacterias unicelulares hasta los sistemas y organismos más complejos incluyendo plantas, animales y, por supuesto, al hombre.
Por otro lado, la destrucción o pérdida de biodiversidad tiene efectos negativos e incluso devastadores en muchos aspectos del desarrollo armónico y del bienestar humano, como la seguridad alimentaria, la vulnerabilidad ante desastres naturales, la seguridad energética y el acceso al agua limpia y a las materias primas. Y así, la destrucción de la biodiversidad deja secuelas en la salud del hombre, en las relaciones, equilibrio y equidad sociales y en la dimensión político-económica de comunidades e individuos.
Para que se sostenga la vida, se requiere la (bio)diversidad. La (bio)diversidad posibilita la vida. La (bio)diversidad es, en definitiva, vida.
Diversidad
Cuando hablamos de diversidad en la empresa, resuena, junto al pensamiento de (potencial) riqueza, el pensamiento de (potencial) conflicto.
La diversidad en el contexto laboral, por ejemplo, favorece la creatividad y la innovación cuya base se fundamenta en la cooperación y la heterogeneidad de los equipos. De hecho, el mestizaje es uno de los conceptos fundamentales de las metodologías ágiles como el Design Thinking, cuyo presupuesto principal requiere un grupo diverso de personas para crear espacios efectivos de (co)innovación.
Por otro lado, la diversidad, llama, a su vez, al conflicto, porque la diferencia no siempre es bienvenida. La diferencia, muchas veces, cierra puertas, porque, instintivamente, lo distinto se percibe como amenaza, como una proteína extraña que invade el cuerpo y tiene que ser, inmediatamente, expulsada. Con la irrupción de lo distinto nuestro espacio de seguridad se percibe amenazado y quedamos secuestrados por la amígdala tratando de defender, reactivamente, nuestra supervivencia. Por eso, el movimiento del condicionamiento humano, , por otro lado, más que “lo distinto”, tiende a buscar “lo igual” para permanecer en la percepción de un (ilusorio) espacio de seguridad.
“La proliferación de lo igual es lo que, haciéndose pasar por crecimiento, constituye hoy esas alteraciones patológicas del cuerpo social. Lo que enferma a la sociedad no es la alienación, la sustracción, la prohibición, ni la represión, sino la hipercomunicación, el exceso de información, la sobreproducción y el hiperconsumo. La expulsión de lo distinto y el infierno de lo igual ponen en marcha un proceso destructivo. El signo patológico de los tiempos actuales no es la represión, es la depresión. Esa presión destructiva no viene del otro, proviene del interior.” (Byung-Chul Han, la expulsión de lo distinto).
Doble-vínculo
Da que pensar. Según lo veo, es precisamente esa doble tensión contrapuesta la que activa el desgaste y la rotura interior. Por un lado, la creciente tendencia social de necesitar mostrar y reivindicar la diferencia y la identidad individual (véase el movimiento de proliferación de los pronombres-genero para perfilar con más precisión la frontera identitaria) y, por otro, la amenaza percibida de lo distinto que requiere el movimiento contrario: la normalización de los individuos. Es la definición de esquizofrenia: el imposible movimiento simultáneo en dos direcciones opuestas.
Esta esquizofrenia o doble-vinculo tiene su expresión en lo real: el movimiento global de la gran dimisión que se produjo después de la pandemia llevó a miles de personas a dejar voluntariamente sus puestos de trabajo en busca de un sentido mayor en sus vidas. ¿Qué fuerza tanto más poderosa lleva a una persona a dejar su seguridad económica (cerebro reptil) para iniciar una (incierta) odisea personal?
Quizá este movimiento parece que no se haya dado o no haya tenido impacto en países como España, donde una mayor rigidez e inseguridad laboral mantiene a muchas personas cerca de la mesa-camilla de una nómina “segura”. Pero el proceso de la erosión interna es imparable. La procesión va por dentro. Lo podemos llamar “el gran desencanto” o “la gran depresión”. Este movimiento queda claramente reflejado en las encuestas que muestran hasta el 73% de la población activa que quiere mantener el teletrabajo y no volver presencialmente a su puesto. Asimismo, un sondeo de Gallup reveló que, a nivel global, tan sólo el 13% de los empleados están comprometidas con su trabajo (el 63% no está comprometido y el 24% está activamente desconectado).
Inclusión
En esta suerte de esquizofrenia social-global, en un mundo que exige un, cada vez mayor, reconocimiento e inclusión de lo distinto, si las empresas no son capaces de crear una inclusión real, integrando la diferencia, y creando, a su vez, un espacio seguro, están sentando las bases de su propia demolición (interna). Los depresivos funcionales formarán parte de un ejército cada vez mayor. Ya no será el mercado o la competencia que amenace o erosione a las empresas sino la desilusión de su plantilla ante la impotencia de sus líderes de proponer espacios que permitan la eclosión de la diferente. (y por tanto el despliegue de un sentido vital).
Para resolver esta paradoja no vamos a encontrar soluciones en aproximaciones prescriptivas y tradicionales. Como decía Einstein, la solución no está en el espacio en el que está el problema. En realidad, encontrar la solución es muy simple porque, tan sólo, desde la experiencia directa, hay que ir apuntando hacia algo que es más cierto que nuestros puntos de vista y nuestras creencias condicionadas y lo limitado caerá por su propio peso. Pero, aun siendo simple, no es fácil porque requiere más coraje cuestionar lo conocido que adentrarse en lo desconocido. Para escuchar una posible solución los directivos de las empresas deben tener el coraje de desprenderse de su propio condicionamiento.
Problema raíz
Nuestro pensar, sentir y actuar inter e intrapersonal es el resultado inmediato de nuestro condicionamiento, es decir, aquello que nos ha sido transmitido por nuestros padres, maestros, amigos, nuestra educación, trabajo y entorno social y despliega en nosotros, en tiempo real, un punto de vista consistente a través del cual nos relacionamos. Ese campamento base o punto de vista condicionado (y repleto de creencias) a través del cual se colorea nuestra manifestación y experiencia del mundo, lo llamamos identidad ilusoria, ego o personaje. Es una actividad de la mente que va revelando, consistentemente con un punto de vista fijo, lo que pensamos de nosotros y del mundo.
Todo esfuerzo de inclusión de las empresas trata de atravesar ese condicionamiento psicológico. Las metodologías de inteligencia cultural tratan de desvelar los sesgos que interfieren en la buena convivencia y relación humana. Pero, simplemente, tratar de desocultar sesgos es como tratar de limpiar de vertidos una playa ignorando la fábrica que, continuamente, la va contaminando. Funcionará hasta cierto punto, pero no creará una solución sostenible. Las empresas gastarán fortunas en formaciones de resolución de sesgos, cambios de patrones mentales o implantación de valores, pero los resultados no acompañarán al esfuerzo invertido.
Comprender
La pregunta fundamental en el contexto de la diversidad y la inclusión es: ¿Es posible actuar más allá de nuestro condicionamiento?
Para ello debemos comprender que gran parte de nuestro condicionamiento se despliega para crear en nosotros un nivel de seguridad absoluta. Estamos biológicamente programados para preservar la vida. Cuando nuestra seguridad, estatus o pertenencia se ve amenazada, la amígdala activa el mecanismo de la supervivencia. Esto puede llegar a crear comportamientos bastante neuróticos en un mundo determinado por la impermanencia. Y así, tratamos, fútilmente, apegarnos a parejas, trabajos, dinero, ideas, dioses para preservar un sentimiento de seguridad más permanente. Pero es imposible encontrar seguridad estable y permanente en algo transitorio. Eso es lo que, en nuestro condicionamiento humano, hacemos una y otra vez, y lo que nos vuelve, literalmente, neuróticos.
La única respuesta para romper esta paradoja -quiero ser distinto y, me da seguridad “lo igual”- es la comprensión. Comprender quienes somos realmente, discernir lo permanente de los transitorio, discernir objeto y sujeto, y atravesar así, las condiciones ilusorias del mundo marcadas por las coordenadas condicionadas del tiempo y del espacio que despliega la mente. Este (re)conocimiento señala el “espacio” de la seguridad incausada. Aquella que no depende de las condiciones del mundo ni tiene que ser conquistada. Aquella que disuelve la ilusión de toda identidad y no requiere defensa de nuestro existir.
Nacemos sin ser conscientes de ser esa identidad-persona que pensamos ser, pero en el momento de recibir un nombre, “eres Juan”, “eres Maria”, le estamos diciendo al niño “tú eres esa persona”. Ha nacido el ego y esa “entidad persona” se impone sobre la energía y acción pura que somos y se convierte en el núcleo vertebrador de nuestra existencia. Todo comienza a girar alrededor de ese yo, que triunfa o fracasa, que gana o que pierde. Comienza la fricción con la vida. Todo comienza a girar en torno a “soy esta persona y tengo que controlar y mejorar mi existencia”. Esta identificación se convierte en el centro de nuestra existencia. Nos perdemos tanto en esa identificación que olvidamos que todo ello es un mero constructo de una ilusión que se ha ido instalando.
Fin de la Ilusión
El desencantamiento o el fin de la ilusión comienza con la pregunta de Ramana ¿Quién soy yo?
Simplemente tenemos que darnos cuenta de que ese yo al que me apego tanto es un movimiento del conocer de la consciencia surgido del condicionamiento. Con la exploración de esa pregunta fundamental cesa la lucha; cesa la búsqueda de la identidad (propia) y cesa la búsqueda de seguridad. Cesa el buscador. Y en ese cesar se abren las puertas del cielo. Solo queda “Yo soy”. “Yo soy” ES seguridad, paz, plenitud, libertad, felicidad.
Y así, querido lector, en este preciso punto, comienza tu propia comprensión, tu propia exploración, tu propio viaje. Tú decides.